Como enunciaba el hidalgo Quijote de la Mancha en una de sus aventuras… ¡Oh memoria, enemiga mortal de mi descanso!, hoy me enfrento a Uds. con un grato recuerdo que les deseo compartir y espero experimentar en conjunto una reflexión.

Corría el verano de los últimos años de la década del 70. Yo, un niño de 8 años que, junto a mi hermano mayor, Patricio, inventábamos juegos, aventuras y desafíos que nos hacían más grato el vivir en nuestra población. La llegada de mi abuelito Joaquín a casa siempre venia acompañada de sorpresas. Huevos, gallinas vivas y dulces eran los presentes que acostumbraba traer a casa.

Esta vez la sorpresa fue diferente. Tras unos minutos de hablar con mi mamá nos invitó a ir a su casa en Padre Las Casas. Tomamos desde Campos Deportivos la micro 3 que nos dejaba en el Molino de calle Villa Alegre, justo en el bebedero de los animales. Padre Las Casas en esos años pertenecía a la comuna de Temuco. La caminata desde Villa Alegre a su casa en la parte más alta de la Calle Fuentes no fue muy agotadora, dado que mi abuelito era un gran libro con historias y chascarros.

Ya en su casa le ayudamos a desarmar su cama y guardar sus partencias más importantes en su velador de madera que recuerdo pesaba mucho. Nos sorprendió cuando nos dijo que se iría a vivir con nosotros y que debía llevar sus cosas y su antigua radio consigo. No pasaron unos minutos cuando llego a la casa una carretela tirada por un cansado caballo. Nos dijo que le ayudáramos a subir las cosas a esa carretela y que sujetáramos muy bien su radio porque nos regresaríamos a nuestra casa en este medio.

Para niños de 8 y 9 años comprenderán que el subirnos a la carretela, atravesar el puente sobre el rio Cautín, pasar por el centro de Temuco y tomar la avenida Alemania en una carretela fue un gran espectáculo de colores, aromas, casas, edificios, árboles y personas que nos miraban sorprendidos.

Temuco y Padre Las Casas han estado y siguen conectados por muchas historias familiares, de esfuerzos, anhelos, sueños, tristezas, pero por sobre todo una necesidad de cada uno de sus habitantes esperanzados en que sus autoridades planifiquen un desarrollo en conjunto tomando la armonía de cada uno de los espacios, respetando la identidad, los territorios y nuestras culturas poblacionales.

El filósofo español Fernando Savater nos indica que “si no somos corresponsables del pasado, tampoco tendremos derecho a reclamarnos legítimos propietarios del Futuro”. Es el recuerdo de esa carretela que me traslado desde Villa Alegre a Avenida Alemania y de mi abuelito Joaquín la que me invita a ser Arquitecto del Futuro de dos ciudades que se miran y seducen día a día con cada salida del sol.

Marco Antonio Vásquez.